No debían estar juntos pero como el amor puede con cualquier cosa al final el «querer» es «poder».

Piénsalo. Quizás a simple vista no estaban hechos el uno para el otro y tenían todo en su contra. ¿Cómo se iba a enamorar ella de él?

Era lo que todo el mundo daba por imposible pero si algo he aprendido del amor es que nunca puedes decir «nunca» ni «de este agua no beberé». Y así pasó.

Que se encontraron sin pedirlo y sin buscarse, que se dejaron llevar y que al final lo dieron todo el uno por el otro.

No pegaban.

La gente diría que no iba a durar, y en efecto, no duró en carne y hueso por tragedias de la vida pero sí en la memoria.

No sé si os ha pasado eso de querer tanto a una persona hasta que os marca para siempre pese a que ya no esté.

Pues eso le pasó a Rose y también le habría pasado a Jack de no haber dado la vida por ella. En ese último gesto de amor puro en el mar sus miradas se cruzaron más sinceras que nunca y todo lo que jamás se dijeron pasó como una estrella fugaz en aquel momento.

Dicen que hay historias destinadas al fracaso pero yo prefiero decir que están destinadas al recuerdo.

A veces no puede ser, y no porque sintamos menos… sino porque la vida es complicada (y las personas la hacen más complicada aún). Rose y Jack se quisieron, se quisieron tanto (aunque no «debían») que en algún lugar del tiempo creo que siguen y seguirán juntos.

No te marca más con quien más estés…sino quien más te llena.

Y aunque no sea lo que dicen que es lo correcto…inténtalo. Que quien muere solo desaparece si le olvidas de verdad… y Rose sé que nunca olvidó a Jack. De seguir ambos juntos sé que habrían sido muy felices.

Pero así es la vida y así es el amor: a veces, una putada, un Titanic y un iceberg.

©Irene Jotadé