
Daphne y Simon solo querían ser felices. Ella, con el marido perfecto y él con la soltería din fin. Qué injusta es la vida y qué obsesión por buscar el amor eterno y a la fuerza. El amor, llega y cuando llega lo sabes.
No se le pueden poner grilletes ni ataduras, no se le puede obligar a resurgir de las cenizas ni a renacer cuando está todo muerto. El amor se siente y sale solo y eso les pasó a Daphne y a Simon, que cuando pensaban que ya estaba todo perdido se dieron cuenta que tal vez, y solo tal vez, podían y querían estar juntos.
Dicen que entre broma y broma la verdad asoma y cuando se trata de querer a alguien no hay muros que valgan.
Daphne solo quería cumplir las normas establecidas y acabó pillándose hasta las trancas. Le echó valor, no se conformó con el primero que le puso un ramo de flores por delante, sabía lo que quería, lo que no… y tras mucho esconderlo también sabía a quien quería.
Quiso cambiar a Simon, a veces las mujeres tenemos ese complejo de ‘salvadora orgullosa’, presumimos de haber hecho que alguien deje todo su pasado por nosotros… pero nadie cambia por completo y tampoco intentes que lo haga.
Querer es, en definitiva, dejar ser al otro lo que quiere ser y que te dejen ser a ti.
Simon acabó rindiéndose porque cuando quieres a alguien no debes de dejarlo pasar. Se le descolocaron todos sus planes y promesas. Así es el amor, que llega, te revuelve todo, si tiene suerte es queda y sino se irán para no volver.
No sé qué les deparará el futuro pero creo que como pareja aún tienen muchas cosas por hablar y cicatrices por sanar. No se han sincerado ni creo que confíen el uno en el otro al 100% pero solo el tiempo dirá de qué están hechos y qué están dispuestos a aguantar.