
Me aficioné a ti como al último cigarrillo que nos suele quedar en el paquete. Te he querido tanto que habría recorrido un mundo por ver esa sonrisa todas mis mañanas y esa mirada que me hacía no querer ver otra cosa en la vida. Contigo era más fácil todo y desde que te fuiste parece que sólo quedan cafés fríos y libros que no consigo acabar.
Ya no puedo cantar una canción sin recordar que fuimos todo y no puedo ni acordarme en qué lado de la cama dormías. Tampoco los besos que me dabas en la frente después de que yo te rozase la mejilla. Ahí ya sabía que ibas a marcar mi vida, pero ¿qué hay cuando todo se acaba? ¿Acaso se pueden cambiar las acciones del pasado para modificar la realidad actual? ¿Cambiarías haberme arrancado de ti?
A veces ser libre no significa irse, sino quedarse. Eso tú no lo entendiste. Te fuiste una madrugada de invierno y me dejaste marchita. He recaído una y otra vez en la absurda teoría de que te fuiste porque querías volver a verme brillar.
Nos querías volver a sentir juntos, cuerpo a cuerpo colisionándonos con Extremoduro de fondo. Ya lo decían ellos que me quedaría en una calle sin salida, pero no decían que se apagaría la estrella que llevo dentro de mí si te ibas tú. Necesito que me guíes en este camino de encontrarme o de recuperarte. De volvernos a encontrar en el sitio de siempre y reírnos cada vez que pensemos lo mismo.
Solo me queda esperar que vuelvas porque ya no veo otra posibilidad de ser yo si no es a tu lado. No veo otro final que darle una segunda oportunidad a lo que alguna vez te hizo feliz. Aunque no haya sido, esta vez puede ser. Será.
Autor: Gonzalo del Campo, 1er premio en la categoría Prosa Poética de los Premios Irene Jotadé